"Un libro de aventuras"
¿Alguna vez has sentido esa enorme necesidad de equivocarte? Da igual que sea correcto o no, simplemente quieres hacerlo. No quieres conformarte con ver lo prohibido y quedarte de brazos cruzados, no. Quieres tocarlo, sentirlo y poseerlo una vez tras otra. Te atrae como lo brillante a los niños, anula cualquier capacidad de pensar que tengas y te acaba poseyendo a ti.
Pero te gusta, y quieres más porque ese sentimiento de curiosidad se ha convertido en algo más fuerte y complejo.
Todo empieza con una mirada... pero una mirada a esos ojos felinos puede suponer tu perdición y yo lo comprobé. Esos ojos decididos pero frágiles, de ese color tan absorbente que nunca podrás descifrar cual es, con su fingida inocencia y serenidad de familia noble. Es cierto que no puedes juzgar a un libro por su portada.
Y yo quería leer de principio a fin ese libro de titulo Kuchiki Rukia.
Junto con mi padre nos encontrábamos en el altísimo edificio de la corporación Kuchiki, esperando a la joven del clan para firmar y aclarar algunos papeles, pero todavía no llegaba. Esto estaba comenzando a ser aburrido, todo porque a la niña caprichosa le dio la gana llegar tarde a la reunión.
Me recosté más en aquel sillón de cuero negro y miré a mi izquierda donde estaba sentado mi loco padre en un asiento igual al mío, hablando con el sucesor de la compañía que estaba situado enfrente suya: Byakuya Kuchiki. Suspiré y volví a mirar, por millonésima vez, el moderno e iluminado despacho, lleno de muebles blancos y negros, contrastando con algunos toques rojos.
Hasta que la puerta a la que dábamos la espalda sonó, llamando mi atención y la de todos en aquella sala.
Entró por aquella gran puerta de las empresas de su hermano, cohibida y respetuosa como si fuese una casta señorita, con su pelo negro, corto y lacio, con un mechón rebelde suelto y unos papeles amarrados en sus finos y delgados brazos.
— Nii-sama, ¿Puedo pasar? — pregunto intimidada pero con un toque de decisión.
Su serio hermano simplemente asintió suavemente la cabeza y volvió a mirarnos a mi estúpido padre y a mí. Al parecer, esa tardona mujer, era a quien teníamos que esperar para concluir con el papeleo.
Caminó lenta y sofisticadamente, meneando suavemente sus caderas y acercándose cada vez más a aquellos sillones donde nos encontrábamos todos los varones. Miró de nuevo a Byakuya y comenzó a excusarse.
— Disculpen la tardanza. — eso fue para nosotros, con una fingida sonrisa. — Lo lamento, pero el camión de la mudanza llegó tarde y tuve explicarles donde iban las cosas que nos faltaban por traer a la casa. Renji es un desastre con eso.
Rió dulcemente.
— Está bien. — musito el noble tranquilo. — Rukia, estos son los señores Kurosaki, firmaremos un acuerdo con ellos.
— Oh, encantada Kurosaki-san. — le dio la mano a mi padre, quien delicadamente la estrecho con una sonrisa.
— Encantada, Kuchiki-san. — soltó su mano y continuó hablando. — Aunque dentro de un tiempo te convertirás en Abarai-san, ¿me equivoco?
Miré a mi padre con el ceño fruncido, algo sorprendido por la información recién recibida. La muchacha se tapo la boca y rió de forma femenina. Todo puro teatro, puedo notarlo.
— No se equivoca, Kurosaki-san. — se serenó sin quitar su sonrisa del rostro. — Estoy... comprometida con Abarai Renji.
No pude evitar analizarla. Su voz, sus gestos, su lenguaje corporal, todo hacia ver que esa chica estaba fingiendo. No había tanta felicidad tras esa sonrisa, no había tanto amor tras esas noticias que ella confirmaba.
— Felicidades.
—Arigato. — hizo una reverencia a mi padre y después me miró a mí, cruzando por primera vez nuestras miradas y sintiendo como una leve corriente de electricidad nos recorrió en un segundo todo el cuerpo. — Y usted debe ser... Kurosaki Ichigo, ¿cierto? El hijo mayor de los Kurosaki.
— Exactamente. — contesté sin quitarle el ojo de encima.
— Un placer, Kurosaki-kun... —susurró con una voz distinta, provocativa pero tranquila. Con esa sonrisa torcida que por primera vez parecía real.
¿Estaba ligando con él? Por el amor de Dios, estaba prometida... aunque la situación, le gustaba y mucho.
— Igualmente, señorita Kuchiki. — conteste altanero y con la misma sonrisa, apretando delicadamente su tersa mano.
Su hermano, quien no era tonto y se estaba dando cuenta de la situación, carraspeo su garganta llamando así a la morena, quien no tardo en dar media vuelta y volver a su asiento no sin antes dejarle una buena vista de sus posaderas alejándose hasta que se sentó enfrente de mí.
— Bien, ya que mi hermana está aquí, procedamos con los papeles. — habló el moreno, dedicándome una mirada asesina y cogiendo los papeles que había en la mesita de noche.
Mi padre y aquel estirado comenzaron a hablar y hablar. Empecé a aburrirme demasiado y comencé a divagar, observando el despacho con parsimonia hasta que me centré en la muchacha que tenía enfrente.
Sería divertido echarla un vistazo.
Con mi mano sosteniendo mi barbilla, y mis piernas cruzadas de forma masculina, comencé con mi escrutinio. Si bien no era una de esas mujeres superdotadas, pero esa ceñida falda negra dejaba a sus piernas en el lugar número uno. De pié no pude apreciarlas bien, ya que la casta falda llegaba por encima de sus rodillas, pero ahora con la posición que había adoptado pudo ver más de esa pálida carne.
Tras unos cortos minutos, la joven muchacha decidió cambiar su postura.
Con lentitud comenzó a alzar delicadamente su pierna derecha para cruzarla sobre la izquierda, dejando ver aun más piel y lo que parecía ser... ¿el broche de un liguero? Demonios, sí, era de esas mujeres.
Y me encantaba.
Alcé la mirada para evitar martirizarme más con semejante visión, y lo que observe fue algo que me dejó perplejo. Ella, sabía que la estaba observando, pues tenía una media sonrisa pícara en el rostro. Sin embargo no me miraba.
Me estaba tentando. Esa dichosa mujer me estaba tentando.
El tiempo pasó entre miradas traviesas e indiscretas. Hasta juraría que más de una vez su hermano estuvo a punto de golpearme por aquellas depravadas miradas que le echaba a su hermana...
Hubo un momento en que la dichosa mujer volvió a cambiar lenta y tortuosamente de pierna, dejando una MUY buena visión de nuevo. Dio un suspiro agobiado y comenzó a abanicarse con su mano, no sin antes mirarme de reojo y susurrar con esa voz fingida "Hace calor aquí, ¿verdad?", a lo que todos la contestaron amablemente sin entender la indirecta que sutilmente me había mandado.
¡Demonios! ¡Pues claro que hacía calor! Y mucho además...
Pero al fin y al cabo, la dichosa reunión con aquel hombre terminó y ya nos estábamos despidiendo, aunque tanto mi padre y Byakuya continuaban hablando. Vi como Rukia se alejaba del grupo para empezar a hurgar en unos archivos, y cada vez bajaba un cajón más, más se inclinaba, dejándola en una vulnerable postura que me hizo pensar cosas no demasiado sanas.
— Creo que mi hijo no tendrá inconveniente en ir a esa reunión, ¿verdad Ichigo? — me habló mi padre sacándome abruptamente de mis fantasías.
— ¿E-Eh? Claro, claro... — les di rápido la razón para volver a buscar el panorama que antes estaba apreciando, pero la muchacha ya se había incorporado y caminaba hacia nosotros.
— Bueno, si me disculpan... — comenzó a excusarse la morena. — Debo marcharme rápido, dejé a Renji con toda la mudanza para el solo y debería ir a ayudar.
Hizo una reverencia y comenzó a caminar hacia la puerta.
— Te acompaño. — dije sin pensar, ganándome por billonésima vez en el día una mirada asesina por Byakuya. — Papa te espero abajo, voy a que me dé el aire.
— Está bien... — accedió mi padre con media sonrisa al notar mis intenciones.
Cuando estaba dispuesto a ir detrás de ella, vi que no me había esperado por lo que aceleré el paso. Ahí estaba, con su ceñida falda acomodada, caminando por el solitario pasillo y contorneando intencionadamente sus caderas, directa al ascensor que la esperaba abierto.
Sonreí de medio lado y me apuré para alcanzarla, pero la muy perra al entrar al ascensor pulso el botón para que se cerrasen las puertas, sonriendo victoriosamente y guiñándome un ojo. ¿Creía que iba a ganar a Ichigo Kurosaki? Ingenua.
Antes de que las puertas de metal se cerrasen, corrí hasta el elevador y puse mis manos entremedias, obligando al ascensor a abrirse. Ella sin embargo no pareció alterarse ni sorprenderse, simplemente mantuvo su compostura seria y misteriosa.
— Por poco. — susurré al ver que casi no entré en el ascensor el cual ya cerraba sus puertas y se disponía a bajar.
—Hola de nuevo, Kurosaki-kun. —saludó tranquila, mirándome de reojo y con media sonrisa en su rostro.
— Deja de llamarme así. —ordené mientras me apoyaba en una de las paredes, mirándola a ella desde un lateral y casi cerrándola el paso si extendía mi otra mano. — Llámame Ichigo.
— Hm, está bien, I-chi-go. — deletreo con lentitud mi nombre, encarandome con su rostro cerca del mío.
Muy cerca...
— ¿Sabes algo? — intenté sonar decidido. Ella tan solo me miró incitándome a continuar. — No me creo toda tu amabilidad y tus modales de niña casta. — la reté.
Ella solo arqueo las cejas divertida.
— ¿Y sabes qué se yo? — me preguntó ella a mí con voz suave. — Que eres un pervertido que va comiéndose con la mirada a extrañas que acabas de conocer.
Golpe bajo.
— Eso es por tu culpa. — contraataque, acercándome más a ella y reduciendo el espacio. — Lo que ocurre es que a ti te gusta provocar.
— ¿Provocar? — refutó ella divertida y sin achantarse. — No sabía que eras tan fácil de provocar, I-chi-go. — mis ojos se fueron directos a sus labios cuando comenzaron a pronunciar mi nombre.
— Aja... — la acorralé un poco más. — ¿Y sabes qué? — ella negó con la cabeza sin borrar esa socarrona sonrisa de su rostro. — Que no es bueno provocarme de esa forma... — agarre un mechón de su oscuro pelo y comencé a acariciarlo.
—¿Ah, no? — se hizo la tonta y se dejo acorralar apoyando su cuerpo contra la pared del ascensor, ajustándome la corbata con delicadeza
— No... — me negué suavemente, viendo como no perdía la compostura y me seguía el juego. — ¿Qué te parece si te hago pagar por ello aquí, en el ascensor?
Note como se carcajeó levemente y volvió a encararme con decisión. Estampe una de mis manos en su costado impidiendo que saliese mientras que acariciaba su cuello con la otra, dejando olvidado el mechón azabache de cabello.
— ¿Acaso estás insinuando algo como hacerlo en el ascensor? — me provocó de forma altanera con una pícara sonrisa y posando una de sus pequeñas manos en mi torso.
— Vaya que eres lista, querida. — ironicé mientras mis labios volaban dispuestos a saborear ese fino cuello.
Pero antes de que mis labios llegasen siquiera a rozar una porción de su piel, la mano que mantenía en mi corbata hizo que apretase la prenda bruscamente, cosa que hizo que me separase de ella para no ahogarme. Y para colmo, puerta del ascensor se abrió dándole la oportunidad de escapar.
Vi como se acomodaba su pelo y me miró de forma divertida.
— Vaya que eres atrevido, querido. — me imitó mientras salía del ascensor. — Estoy comprometida, no te olvides. — para finalmente amenazarme... o advertirme.
Y así se fue, dejándome ahí con la boca abierta, admirando sus andares y dejándome con el calentón encima. Que más me daba si estaba prometida o no, si de verdad le quisiera no me habría provocado así, ni me hubiese seguido la corriente.
Sin duda, esto sería divertido...